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Omar Carrasco, 30 años del último colimba

Se cumplen tres décadas de la desaparición del soldado Omar Carrasco, quien un mes después fue hallado sin vida en el cuartel del Ejército en Zapala en el que cumplía el servicio militar obligatorio.

Este miércoles 6 de marzo se cumplen 30 años del asesinato del soldado Omar Carrasco en un cuartel de Zapala. Su cuerpo apareció días después en el predio del Ejército de esa ciudad, el mismo lugar donde el 1 de junio de 2023 fue hallado muerto con dos disparos en la cabeza por un fusil FAL Pablo Córdoba, mientras se encontraba de guardia en el Grupo de Artillería 16.

El crimen de Carrasco conmocionó a la opinión pública a mediados de los años 90. La investigación de la muerte expuso las prácticas humillantes que sufrían los colimbas en sus ingresos a los cuarteles. Carrasco fue torturado, su cuerpo escondido y el crimen tuvo distintas capas de encubrimiento, entre ellos el de inteligencia militar. La repercusión que tuvieron estos hechos llevó a que el gobierno de Carlos Menem dispusiera el final del servicio militar obligatorio.

El 3 de marzo de 1994, Omar Octavio Carrasco, un joven de 20 años cargó un bolsito sobre su hombro, se despidió de su madre Sebastiana -que le susurró “Vamos a venir en unos días hijo”- y de sus hermanas, y cerró por última vez la puerta de su casa en Cutral Co. Se subió al Falcon de su padre y agarraron la Ruta 22 rumbo a Zapala donde el joven tenía que presentarse en el cuartel del Ejército Argentino para integrarse al Grupo de Artillería 161.

Unos meses atrás en el sorteo de la clase 74, ese muchacho extremadamente tímido y que frente a cualquier situación de estrés se reía de manera nerviosa, había sacado número alto por lo que debía cumplir con el servicio militar obligatorio. Durante esos 76 kilómetros que transitaron en silencio, el padre trató de alentarlo ya que en las últimas semanas notaba deprimido a su hijo que no quería hacer la colimba. Al llegar a la puerta del cuartel, Francisco y Omar se despidieron. El padre no sabía que iba a ser la última vez que vería con vida a su hijo.

Unos días después de aquella despedida familiar, Francisco volvió a hacer el mismo camino hasta el cuartel pero ahora con su esposa. Era el primer franco que tenía Omar y cumplieron con la promesa de Sebastiana y la ilusión de verlo con la ropa de soldado.

La ilusión se transformó en un profundo vacío, lleno de incertidumbre y angustia. “No está. Su hijo es un desertor”, les dijo un soldado. Carrasco no era un desertor. Sus padres no sabían que su hijo estaba muerto en un descampado de ese cuartel.

No sabían que el domingo 6 de marzo de 1994 el cuerpo de su hijo había sido golpeado feroz y brutalmente hasta la muerte por dos soldados, Víctor Salazar y Cristian Suárez, y por el subteniente Ignacio Canevaro que ordenó la golpiza.

Lo que se pudo reconstruir de aquella trágica historia es que el mismo día que Carrasco llegó al cuartel fue recibido con un fuerte «baile» (movimientos físicos extremos, muy comunes en la colimba) por parte de Canevaro. La investigación y el posterior juicio hallaron culpables a los dos soldados y al subteniente, a quienes condenaron con penas de prisión de 10 y 15 años. El cuerpo había sido escondido por quienes dejaron agonizar al joven soldado hasta la muerte.

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Canevaro sostuvo eternamente que lo acusaron maliciosamente sin pruebas y afirmó que en el crimen del soldado estuvieron involucradas muchas figuras del Ejército Argentino, en especial en lo que fue el encubrimiento. Mientras cumplió la pena en prisión, el ex subteniente expresó que el Ejército necesitaba culpables y lo señalaron a él como también a Salazar y Suárez. Encerrado, durante el 2008 escribió el libro “Atando clavos” en el que volcó su versión sobre el caso que conmocionó al país.

En diciembre de 2009, ya en libertad, quien escribe esta nota pudo entrevistar a Canevaro en un bar del centro de la ciudad de Neuquén. Fue una larga conversación en la que el ex militar aseguró que aunque pagó su supuesta deuda con la sociedad seguía luchando por demostrar que era inocente. «Los medios se nutrieron de lo que decía el Ejército, que con la piel de cordero disfrazó al lobo que era la inteligencia militar», dijo.

En esa charla, le expresé que aunque insistía con su inocencia siempre iba a llevar el rótulo de ser el asesino de Carrasco. “Eso me da un gran sentimiento de impotencia y frustración, pero en definitiva se puede vivir con eso”, respondió rápidamente. De inmediato, explicó que “Da bronca saber que esto va a quedar así porque conviene que así quede, y que no se va a saber la verdad porque no se quiere escuchar la verdad”. Por eso escribió el libro, argumentó. «Me da bronca seguir siendo condenado», afirmó.

El cuerpo de Carrasco apareció el 6 de abril, exactamente un mes después, a 700 metros de la compañía donde ingresó. Fue hallado durante un segundo rastrillaje, que pasó por el mismo lugar donde dos semanas antes no habían encontrado nada. El cuerpo tenía signos de haber sido torturado, en tanto las pericias determinaron que fue escondido durante varios días en un lugar húmedo, oscuro. Luego, lo trasladaron al sitio donde lo descubrieron.

Ese 6 de abril de 1994, las autoridades del cuartel les entregaron a Francisco y Sebastiana un ataúd con el cuerpo de su hijo.

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Las sombras de un caso

La muerte del soldado Omar Carrasco, en el interior de un cuartel militar, desencadenó el fin del servicio militar obligatorio lo que provocó un cambio histórico en el país.
El hecho puso en evidencia la falacia de los conceptos y de los métodos esgrimidos por los militares para que los conscriptos “se conviertan en hombres”. Ese brutal suceso puso al descubierto la existencia de prácticas violentas e injustificadas dentro de las fuerzas armadas.

A pesar que el caso Carrasco finalmente se resolvió con la aplicación de las condenas, la Justicia nunca pudo avanzar sobre quienes encubrieron el asesinato del joven  que tres días antes había ingresado para cumplir con lo que se consideraba un deber cívico.
Como en aquellos oscuros y aciagos tiempos en que los padres acudían a las comisarías o dependencias militares para saber sobre el paradero de sus hijos que habían desaparecido, los padres de Omar Carrasco también fueron engañados. «Su hijo desertó», le aseguraron las autoridades del cuartel. Pero no les convenció. Un mes duró la mentira, el cadáver del joven apareció dentro del cuartel, en una zona alejada de las edificaciones, víctima de una terrible golpiza. Incluso, los médicos intervinientes, señalaron que había sido asesinado el mismo día de su desaparición.

La causa por el encubrimiento del caso Carrasco tuvo un trámite dificultoso. En 2003 fue elevada a juicio con once imputados pero jamás se realizaron las audiencias públicas, trabadas por un sinfín de recursos judiciales que favorecieron a los acusados.
Luego, la aplicación de una ley que acortaba los plazos de prescripciones votada en diciembre de 2004, fue dictado el sobreseimiento de los imputados. Y en 2005 siete militares procesados que quedaban involucrados en la causa fueron sobreseídos por el Tribunal Oral Federal de Neuquén.
A pesar del tiempo siguen latentes demasiados interrogantes, sombras acerca de por qué la investigación judicial del encubrimiento, que involucraba a altos jefes militares, nunca pudo avanzar como la del asesinato del soldado.

La muerte de Pablo Córdoba, en el mismo lugar donde ocurrió el del joven de Cutral Co, reaviva los fantasmas de lo ocurrido hace 30 años y que se convirtió en un punto de inflexión en la historia argentina.

(Mejor Informado)



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