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Sacó de la calle a un jóven de 25 de Mayo y ahora vive con él. Conocé la historia

Pasó de pelear con otra chica en situación de calle por un banco para dormir en la parada de Avenida Olascoaga y Mitre, al calor de un hogar que le brinda mucho más que reparo y comida.

 

Hace un par de semanas, la Policía estuvo a punto de llevárselo detenido. El joven, de 30 años, se llama Juan Padilla y vino de La Pampa hace varios años. La Policía ya lo tenía contra la pared y estaba por cachearlo, cuando pasó por ahí el hombre que le iba a cambiar la vida: Marcelino Vera o Marcelo, como le gusta que lo llamen.
«Llego a la parada y veo que tenían a este chico temblando como un pollo mojado, todo orinado. Yo sé lo que es pasar hambre y estar en la calle. Y me partió el alma. Le dije a la Policía que se ponga dos minutos en los zapatos de él. Lo único que estaba haciendo era dormir en el banco de una parada. No se lo llevó porque yo no dejé que lo haga, y luego me quería llevar a mí», contó el taxista neuquino que vio a Juan en la miseria más absoluta y le dio la mano.
Marcelo trabaja desde los 16 años; y sus días comienzan muy temprano. «Le hago a todo: soy gastronómico, gasista, electricista, pintor, albañil…trabajo y madrugo. Y ese día, cuando llegué a la parada, vi que este chico estaba mal y me partió el alma. Primero busqué nylon y lo tapé con eso. Pero después de lo que pasó con la Policía le dije ‘yo te voy a llevar a mi casa y quiero que te portes bien’. Y acá está conmigo. Lo despierto todas las mañanas con un mate», manifestó.

El hombre que lo sacó de la calle vive solo en un departamento de calle Soldado Desconocido. Tiene dos hijos, de 23 y 25 años, pero no viven con él. «Ya se fueron, se casaron. Les di casa y auto», dijo. Y desde aproximadamente dos semanas convive con Juan, con quien se identifica en el dolor que sufrió cuando era apenas un pibe nacido en Las Lajas y criado en una cueva, debajo de una barda, con 14 hermanos y un puñado de piñones en los bolsillos cada vez que iba a la escuela.

Llegó a Neuquén por un hecho que es una herida que no para de sangrar, desde que sus padres lo «vendieron» por una bolsa de papas y un cajón de manzanas a un chacarero de Cinco Saltos, donde no duró nada porque dice que se guardaba «los vueltos» y su patrón lo molía a palos. Un día se escapó, lo atrapó la Policía y personal de Gendarmería lo llevó a Las Lajas. Pero de allí también se iría para forjar su destino en esta ciudad.

«Hoy que soy grande tengo todo lo que quiero, pero hace poquito hablé con mi madre y volví a preguntarle ´por qué me largaron por un cajón de manzanas y una bolsa de papas’ cuando era pibe ¿Tan poco valgo?…Hoy les tapo la boca con todo lo que hice acá en Neuquén», manifestó, y se quebró. Varias veces se quebró y no pudo seguir hablando. Juan estaba con él y tomó la palabra, mientras Marcelo recobraba la calma.

Le pregunté cómo había llegado a Neuquén, y respondió: «Vine de volado, anduve por todos lados». Es oriundo de la Pampa, donde sufrió un accidente con consecuencias irreparables para él y la familia que había formado. En ese accidente perdió a una hija de apenas un año y medio de vida. El también quedó mal. La rueda de una camioneta le pasó por arriba de su cabeza, provocándole un traumatismo severo de cráneo. Dice que por eso tiene una placa de platino en la cabeza y dificultades motrices en la mitad de su cuerpo. Aunque puede caminar, le cuesta subir y bajar escaleras, agacharse y atarse las zapatillas, ponerse las medias.

En Parque Central le robaron un bolso donde guardaba su ropa, la billetera y el carnet de discapacitado, lo poco que tenía. Se fue, anduvo por otras provincias y volvió a Neuquén. Intentó pagar un alquiler en Catriel y Río Negro, pero expresó: «No pude, me iba a la calle».

Marcelo para de llorar y vuelve al ruedo de la conversación para meter bocado: «Ahora dice que esta en la gloria porque duerme en un sillón y tiene un tele», contó. Tenía la opción de una cama, pero no se acostumbra a los resortes del sommier. «Puedo tomar mate y tengo para comer. Volví a ver a mis padres gracias a Marcelino. Nadie hizo lo que hizo él por mi. Me siento de diez. La compañía que siento no la sentí en ningún lado y eso me pone contento. Tengo ganas de seguirlo», manifestó Juan.

Es que Marcelo tiene la idea de irse a vivir a España; y si la convivencia con Juan va bien, aseguró que se lo lleva con él. En el interín, sigue acumulando horas de trabajo arriba de un taxi y haciendo otros oficios, mientras que el joven que rescató de la calle se las rebusca vendiendo medias y bolsas de residuos en la calle; y realiza los trámites para estar nuevamente documentado. «Gestiono mi DNI nuevo con la dirección de papá. Mi viejito querido, así le digo yo», confesó Juan.

Y de nuevo afloran los recuerdos más dolorosos para Marcelo, como si la historia de Juan lo impulsara a revisar su propio pasado, desde su primer hogar en Las Lajas, hasta la casa que pudo forjar a fuerza de mucha sacrificio. «Apenas terminé séptimo grado. Pero llegué a tener un comercio enfrente de la terminal vieja que se llamaba confitería El Valle, para 300 personas sentadas, donde iban todas las bandas de cumbia a comer…Ráfaga, Amar Azul…También los Trashumantes, ellos estuvieron haciendo folclore», aseveró el taxista, con orgullo de sí mismo por lo logrado.

En pandemia, contó que «estuvo muerto en vida» tres meses internado en el hospital con un cuadro severo de Covid-19. Gracias a un amigo venezolano que lo fue a ver todos los días, pudo salir adelante.

«Ahora estoy bien. Tengo un buen pasar, con mucho esfuerzo. Pero yo vengo desde abajo y nunca me voy a olvidar de donde vengo. También la pasé mal. Por eso le di una mano de corazón a Juancito. Cualquiera se merece eso», concluyó.



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